Las cuatro horas de interpretación que dura esta gran obra de Richard Wagner, interpretada en el clásico teatro Campoamor de Oviedo, están escenografiadas íntegramente por las proyecciones de dos pantallas. Sobre la principal, que ocupa todo el fondo del escenario, se proyecta un universo escénico que en ningún momento pretende ser una narración de la pieza, sino que está basado en atmósferas metafóricas que nos sitúan y visualizan espacios imaginarios en los que se desarrolla la acción.
Además, el espectáculo cuenta con una segunda pantalla invisible de Gobelín (tul) situada entre la orquesta y los intérpretes, que crea un efecto holográfico sobre la actuación, lo que añade una sensación de tridimensionalidad y hace más intensa la experiencia.
